Bullacuento: Mis Primeras Camisetas de la U

En mi casa, siempre hubo una camiseta azul para el lavado, mi madre se esmeraba en tenerme el equipo de mis amores impecable para que semana tras semana lo usara orgulloso en esas pichangas de barrios que duraban toda una tarde. La camiseta de tan noble color siempre tenía una U en el pecho, mi padre desde pequeño me lo impregnó en la piel. A mis cortos años de vida me regalaba un polerón con un chunchito pegado. En esos años no existía la costosa indumentaria para que los niños lucieran estoicos la marca y el escudo del club, con suerte alguna osada modista se atrevía a innovar y salir de sus férreos cánones de costura. Yo era feliz con mi polerón azul con un chuncho en el pecho, es lo que decían mis padres yo apenas tenía 2 años.

Mi padre, el culpable de hoy amar estos colores con mi vida era funcionario público, y en navidad le daban un vale con un monto para retirar en una tienda deportiva de la ciudad donde vivíamos, Norte Sport de Antofagasta, que no se si aún existe, pero era sagrado que en las vísperas de las fiestas concurriéramos con mi padres y hermano a elegir los regalos de navidad que a esa altura ya sabíamos que el viejito pascuero no nos traería, sino que era mi viejo el que se partía el lomo para darnos un buen pasar.

Ya pasó a ser una tradición familiar y año tras año mi padre nos decía:

– Ya niños, tienen diez mil pesos para elegir lo que quieran de la tienda, recuerden que es para navidad así que no lo pueden usar hasta el 25 de diciembre.

– Ah pucha, ¿y me la puedo probar para ver cómo me queda por último?

– Sí claro y después se guarda hasta navidad.

Y yo me iba corriendo hasta donde estaban colgadas las camisetas de la U de Chile de esa temporada y pedía el equipo completo, short, calcetas y camiseta, y si me sobraba algo del cupo que nos designaba mi padre lo complementaba con una pelota o calcetas deportivas de otro color. Recuerdo haber hecho ese ritual unas 6 o 7 veces, pero nunca voy a olvidar la última vez que concurrimos a la ceremonia anual de elección de equipo completo de la U, fue en el año 1996 donde me llamó mucho la atención una camiseta azul más grande de las que estaba acostumbrado a usar y tenía varias particularidades que desde que la vi me enamore perdidamente de ella, en las mangas tenía una serie de chunchitos rojos que se extendían por todo el brazo y en el frente un chuncho tridimensional grande, era la camiseta más linda que había visto, sin duda una de mis favoritas.

Esa hermosa camiseta me duró varios años, siempre elegíamos la indumentaria de la U por partida doble, ya que mi hermano Cristián, con el cual nos llevamos por 5 años de diferencia también era parte del ritual. La camiseta de 1996 tuvo un destino importante para mí pero con final muy inesperado, fue producto de una operación clandestina e encubierta de acercar a un primo pequeño al club de mis amores, tratar de hacer azul a un pequeño inserto en una facción de mi familia que era alba hasta el alma, lo teníamos casi convencido al “cabezón que te perdone Dios” como le decíamos nosotros por su particular versión de la cumbia “Que te perdone dios, que te perdone”, su historia es algo particular y con el pasar de los años esa canción me hizo eco, que Dios lo perdonara por su fatídica elección.

Mi pequeño primo, que por casualidad también se llamaba Cristian, le toco pasar un tiempo en nuestro hogar, ya que mi tía favorita, la tía Miriam o más conocida como la tía chiqui chiqui (la bauticé así porque era peluquera y desde muy niño me cortaba el pelo)  sufrió un accidente cuando él era muy pequeño, aun no cumplía el año, y tuvo que estar hospitalizada varios meses, así que mis padres como eran sus padrinos se hicieron cargo de su cuidado mientras mi tía se recuperaba. Cristian pasó a ser uno más de nuestro clan, lo íbamos a buscar los fines de semana para llevarlo a nuestra casa, a jugar y compartir con nosotros y en cada visita que nos hacía lo íbamos convenciendo más y más de ser un bullanguero. Lo teníamos 90% convencido de ser un romántico viajero. Cuando estaba en nuestra casa y al preguntarle de que equipo era él contestaba siempre con una sonrisa en sus labios ¡De la U tío, siempre de la U primo!

Así que una navidad, me desprendí de un tesoro que tenía guardado para quizás uno de mis hijos. ¡Bueno! hay que ser justos y verdaderos en el relato, tal camiseta ya no me quedaba buena, había crecido, más para el lado que para arriba, así que esa camiseta paso a ser parte integrante del cajón de los recuerdos, pero era un excelente regalo de navidad para un novel bullanguero, así que no lo pensé dos veces y se la regale a mi primo indeciso para una navidad. Sus ojos se iluminaron, y se la puso de inmediato, en mi casa todos estábamos felices, lo habíamos convencido, era un chuncho más en la familia.

Mi desazón iba cobrar fuerzas cuando me enteré que poco tiempo después, su hermano mayor, el Kike, que era un hincha albo de los que siempre me molestaban por no haber ganado nada en 25 años, le trajo una camiseta del club del indio y su traición quedó sellada, mi primo regalón, el cabezón había traicionado mis colores, los colores que nunca fueron suyos para ponerse una camiseta de color blanco y  negro para no sacársela del corazón jamás.

Una lección pude aprender de esto, uno nace azul o lo descubre en el transcurrir de tu vida, pero uno solo elige ser azul, amar al bulla pero por decisión propia, si no amas esa camiseta desde el día que la viste no habrá fuerza en el mundo que te haga amarla o guardarle respeto, ese sentimiento lo descubrí desde pequeño, desde la primera vez que vi una bullanguera  con un chuncho en el pecho, me enamoré de ella y le juré amor eterno desde la cuna al cajón.

Por Danny Marilicán Garramuño

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